jueves, 5 de abril de 2012

De amores , levantes y otros cólicos del corazón


En verdad, nunca he sido partidario de aceptar el vulgo no médico como “desparrame cerebral”, “toseo” y demás vocablos, pero hoy en una consulta de Semana Santa un paciente acuñó un término que removió mis sentidos: un cólico de corazón. ¿Qué podría significar tal sentencia? Podría ser un SOS de este músculo….
¿No han pensado en lo mucho que los seres humanos sufrimos y vivimos encadenados al afecto? Sea de forma carnal o romántica todos buscamos el contacto con otro ser humano (incluso los paraonoides o psicópatas a través del contacto consigo mismos o sus alucinaciones).

Justamente, al recordar lo mal que me ha ido en el amor desde que tengo memoria, al menos puedo preciarme de contar con un prontuario de one night stands bastante simpático y digerible. El amor, en lo que me concierne, es una fuerza rara que aún no me ha llevado a la locura tal como al bonachón Adam Sandler en “Como si fuera la primera vez”; y tampoco concibo sobre dicho sentimiento la idea de que tan sólo con ver a una persona ya deba imaginarme con ella en pleno desposo amenizado por animalillos de un bosque de cuento de Disney. Sin embargo, cuando veo parejas tan diabetógenas o mis amigos me comentan de sus relaciones me invade la envidia sana, es decir, comparto su felicidad; pero me pregunto ¿qué me falta para conseguir alguien que me quiera?... Y ¿cómo conseguir mantener cautivado a quien nos gusta?

El camino alterno a las parejas son los romances cortos - ayudados por la mensajería instantánea - en los que con un par de citas y besos, culminamos en un mélange a deux entregándonos a la pasión del momento. Morbosamente exquisito sí, pero suele suceder que este tipo de encuentros no progresan. Y sin embargo, los repetimos porque cubren el vacío afectuoso. Como confirman las encuestas, para el 90% de personas la parte emocional y sentimental ocupa la mayor parte del tiempo. ¿Será acaso que el resto se conforma con escapadas furtivas y damiselas o galanes de turno?
Ansiamos recuperar la magia de sentirnos esperados, sentirnos necesitados, y es por ello que el sexo nos logra llenar. El complemento que se logra es bastante acogedor: unir dos o más cuerpos sudando sin cese, con ósculos sin fondo pero que buscan lenguas y úvulas, hombres desesperados por llenar cavidades inexistentes y mujeres esperando ser complacidas cuales cuevas en vigilia de oseznos.

Entonces, ¿qué podemos hacer los que andamos solos en búsqueda de ese joie de vivre que nos desquicie y nos haga vivir un amor a la mexicana? Si es menester que el amor sea esquivo en mi vida, no queda más que esperar (y creer en las estadísticas de que al menos hay una persona compatible) ya que no creo que sea posible andar con la mente tan disipada del afecto de pareja por mucho tiempo: es nuestro aceite y una más de las cualidades que nos humaniza. Sino … pregúntenle a Wall – E y a la pequeña Maravilla.

miércoles, 4 de abril de 2012

El dilema de Peter Pan


Me veo empapado en plena lluvia diluviana en la ciudad de Cerro de Pasco, sin conocidos a la vista y con personas que me miran cual payaso triste. Quiero romper en llanto a pesar de que me repito “Amo mi trabajo” y recuerdo haber realizado tareas que parecían no tener relación con mi estilo de vida: cambiar bombillas, reparar la bomba del inodoro, llevar agua de los puquios en bolsas (increíblemente cierto).
Hoy se vienen muchas cosas a mi cabeza, como el dudar acerca de que si tanto esfuerzo vale la pena ... ¿no les ha pasado? Nuestra condición mortal e imperfecta nos hace aferrarnos a la idea de que siempre todo sacrificio será recompensando cual experimento pavloviano. Y la verdad, es que muchas veces estamos obligados a admitir que eso no llegará, y que la retribución es más sublime que terrenal.

¿Debilidad humana? Probablemente, pero eso es exactamente lo que nos engrandece. A través de los interminables días en que he vivido encerrado, sin más fronteras que la carretera Central asfaltada , la planta concentradora, la estela que orgullosamente da la bienvenida a la Posta y el campamento minero; he pasado de ser un manganzón en sus mid-20’s a ser un manganzón con algo más de conciencia. Será difícil olvidar las noches atrapado en una habitación de 3 x 4m, con 6 inmensas goteras aliadas a un techo de calamina retumbando cual tacones de divas de “Sex and the City” y logrando perturbar ya de por sí mi condenado insomnio.
Imposible de sacar de mi paladar, de igual modo, el atún con papa interdiario, las comidas plenamente carbohidratadas y otras delicatessen que aprendí a degustar como un celestial pollo al cilindro. Pero sobre todo, encuentro que a pesar de mis riñas y quejas constantes vía redes sociales y los interminables vituperios del sindicato de mineros, existen personas que demostraron su afecto día a día y han dejado una chispa en lo más profundo de mi ser. No es palpable, no es lucrativa pero es real. La emoción de sentir que haces algo bueno, algo que te enaltece y que logra que esboces una sonrisa, “it’s just priceless”.
Yo siempre me preguntaré por qué El creador o cualquier fenómeno que haya producido que un unicelular devenga en un ser humano, se ensañó con mi vocación. Si yo eminentemente soy artista, posible diseñador de modas y un ente creativo, en qué momento decidí llevarme por la presión de mis padres y acabé inmerso en un mundo que no acabaré de entender: la medicina. Este extraño oasis ha permitido que aflore lo mejor y lo peor de mí. Es como debe suceder con los seres humanos, ¿no? Llegamos a un punto de inflexión y es ahí donde pensamos ¿cuál es mi misión y para qué existo?
Ya por fin en mi cuarto y luego de haberme atragantado con unos bocaditos chinos y una copa de un Malbec Shiraz, me dispongo a descansar para mañana seguir descubriéndolo. Indudablemente, una vida sin emociones es como ser Pinocho sin el toque del hada azul.