miércoles, 4 de abril de 2012

El dilema de Peter Pan


Me veo empapado en plena lluvia diluviana en la ciudad de Cerro de Pasco, sin conocidos a la vista y con personas que me miran cual payaso triste. Quiero romper en llanto a pesar de que me repito “Amo mi trabajo” y recuerdo haber realizado tareas que parecían no tener relación con mi estilo de vida: cambiar bombillas, reparar la bomba del inodoro, llevar agua de los puquios en bolsas (increíblemente cierto).
Hoy se vienen muchas cosas a mi cabeza, como el dudar acerca de que si tanto esfuerzo vale la pena ... ¿no les ha pasado? Nuestra condición mortal e imperfecta nos hace aferrarnos a la idea de que siempre todo sacrificio será recompensando cual experimento pavloviano. Y la verdad, es que muchas veces estamos obligados a admitir que eso no llegará, y que la retribución es más sublime que terrenal.

¿Debilidad humana? Probablemente, pero eso es exactamente lo que nos engrandece. A través de los interminables días en que he vivido encerrado, sin más fronteras que la carretera Central asfaltada , la planta concentradora, la estela que orgullosamente da la bienvenida a la Posta y el campamento minero; he pasado de ser un manganzón en sus mid-20’s a ser un manganzón con algo más de conciencia. Será difícil olvidar las noches atrapado en una habitación de 3 x 4m, con 6 inmensas goteras aliadas a un techo de calamina retumbando cual tacones de divas de “Sex and the City” y logrando perturbar ya de por sí mi condenado insomnio.
Imposible de sacar de mi paladar, de igual modo, el atún con papa interdiario, las comidas plenamente carbohidratadas y otras delicatessen que aprendí a degustar como un celestial pollo al cilindro. Pero sobre todo, encuentro que a pesar de mis riñas y quejas constantes vía redes sociales y los interminables vituperios del sindicato de mineros, existen personas que demostraron su afecto día a día y han dejado una chispa en lo más profundo de mi ser. No es palpable, no es lucrativa pero es real. La emoción de sentir que haces algo bueno, algo que te enaltece y que logra que esboces una sonrisa, “it’s just priceless”.
Yo siempre me preguntaré por qué El creador o cualquier fenómeno que haya producido que un unicelular devenga en un ser humano, se ensañó con mi vocación. Si yo eminentemente soy artista, posible diseñador de modas y un ente creativo, en qué momento decidí llevarme por la presión de mis padres y acabé inmerso en un mundo que no acabaré de entender: la medicina. Este extraño oasis ha permitido que aflore lo mejor y lo peor de mí. Es como debe suceder con los seres humanos, ¿no? Llegamos a un punto de inflexión y es ahí donde pensamos ¿cuál es mi misión y para qué existo?
Ya por fin en mi cuarto y luego de haberme atragantado con unos bocaditos chinos y una copa de un Malbec Shiraz, me dispongo a descansar para mañana seguir descubriéndolo. Indudablemente, una vida sin emociones es como ser Pinocho sin el toque del hada azul.

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